Comité Editorial

26 de agosto de 2014

Réplicas.

La mujer sostiene la mirada del pelotón. Altiva grita a todo pulmón que sólo estaban cumpliendo ordenes y que aman a la gran patria. El sargento da la señal y los disparos perforan su cuerpo y el de treinta mujeres y hombres, clones igual que ella, que le acompañan en el paredón. El pueblo, compuesto de clones, aplaude en silencio y se llevan a sus niños lejos de la plaza mayor, donde pronto los conserjes municipales, clones de menor categoría, limpiarán la sangre que ya tiene curtida la calle.
El único humano original, el dictador, mira desde el palco a su ejército de copias y al pueblo que es también copia de los que yacen en millares de prisiones y campos de concentración por todo el país. El grito de la mujer ha plantado una duda en su mente: ¿habrá ido muy lejos? ¿Su operación de sustitución de ministros, policías, maestros, opositores, activistas y gente común por replicas de laboratorio habrá sido excesiva? Al fin de cuentas –piensa- ella tenía razón: sólo estaba cumpliendo con su rol programado de protestar. Pero las dudas son difíciles de sostener a los ciento cincuenta años de edad y pide que lo retiren en su silla de ruedas, mientras se pregunta si ya irá siendo hora de clonar a todos los científicos y hacer que los originales abonen el cementerio de la capital.

Alberto Sánchez Argüello, El Santuario de las ideas, 2013.

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